Brekitsegel

por Ricardo Meyer

La Guerra era como un sueño; no puedo saber Cuántas almas condenadas, al infierno envié Mas solo sé que, por encima de los caído Escuché al oscuro Odín, gritando a sus hijos Y cayó en el rugir de la batalla y su frago La furia de los dioses que murieron en Ragnarok.

Saga de Conn

I

No es secreto que, desde mi más temprana juventud, sentí una pasión por los libros. Por su insinuación de un conocimiento oculto que, tan solo al abrirlos y leerlos, se logra comprender.

Oí del Liber Veneris mientras me encontraba investigando grimorios similares como el De Vermis Mysteriis del cruzado Ludvig Prinn y el, ya más reciente, Unnausprachlichen Kulten de Von Junzt, traducido al español como Cultos Sin Nombre y conocido en determinados círculos como «El Libro Negro». Logré conseguir en archive.org una copia digitalizada de la pésima edición de la Golden Goblin Press de Nueva York. Y, en ella, leí una referencia al Liber Veneris, texto que circulaba entre los miembros de ciertos movimientos teosóficos de la época y que aparecía aquí mencionado por su nombre alternativo, Occulta Cogitatonium Liber. El alemán Von Junzt, autor de Los Cultos Sin Nombre, se destacó por su amplía trayectoria internacional como ocultista, así como por los lazos que forjó. Es por ello que no me sorprendía la referencia.

Cuando busqué en Google sobre aquel libro, desconocido para mí, encontré cientos de resultados, unos más fidedignos que otros. Principalmente me topé con foros de magia como ekiria, sitios webs dedicados al libro con versiones «personalizadas» de cada mago, entre otras cosas curiosas.

No entendía, sin embargo, por qué se referían a él como «Liber Veneris». Encontré un PDF en la búsqueda, que parecía estar almacenado en el sitio web de cierta institución española, la «Universidad Privada Gustavo Adolfo Bécquer» de Madrid. El documento se llamaba «Historia del Liber Veneris» y el autor era un tal «Eric Krause».

El texto en cuestión era un ensayo de no menos de una página, explicando el origen del tomo y como se ha tergiversado y difundido a lo largo del tiempo. Parte explicando que el autor era un cortesano alemán de la corte de Carlos I de España, un tal «Reccaredus Magnus», que lo escribió tras un peregrinaje a Anatolia. Afirmaba haber recibido una revelación, que lo llevó a la apostasía y a redactar el libro. Curiosamente, solo son 33 cantos y 4 sonetos, dedicados a su devoción por las Venus de Anatolia. Tras renunciar a la corte de los Reyes Católicos, recorrió Europa, y quién sabe cuántos más continentes. Finalmente, fue acusado de hereje y otros crímenes por el Inquisidor de Múnich, lo que lo llevó a quitarse la vida, dejando tras de sí una nota, el soneto IV del libro. Tras eso, hay cierto silencio respecto a la vida de Reccaredus Magnus. No tuvo más presencia hasta que los movimientos teosóficos tomaron los cánticos y los difundieron, mediante revistas y panfletos que terminarían en la basura, para luego ser publicados en físico a inicios del siglo XX por la editorial británica Khonsu Press. No obstante, fue un fracaso en ventas ya que, por aquel entonces, ya era conocido por círculos ocultistas por haber aparecido en la revista teosófica The Path. Muchos ocultistas de la época renegaron de este texto, estando más interesados en fórmulas concretas que poesía. El libro fue retirado de la imprenta. Cabe resaltar que Khonsu Press publicó el libro bajo el título de «OCCULTA COGITATONIUM LIBER llamado LIBER VENERIS por los sabios arios de Anatolia».

Todo esto me parecía muy curioso, y más aún el hecho de no haber oído nada de esto antes. Me embargó una fascinación hacia lo desconocido, tal como comentaba al inicio. Los libros ocultan misterios que se revelan a quien los abre y los comprende, pero este libro era un misterio más grande de por sí. Exaltado por mi descubrimiento, fui a prepararme un café de grano para reflexionar sobre ello. Tendría clases al día siguiente, ya que soy estudiante de Antropología en la Universidad Austral de Chile, pero trasnochar era algo que se había vuelto habitual en mí.

Puse el café junto a mi laptop y seguí buscando. ¿Qué hice esta vez? Pues buscar sobre el tal Reccaredus Magnus. Lo que encontré no era muy diferente al ensayo de la Universidad esa de Madrid, pero había ciertos detalles que me volaron la cabeza. Como el hecho de que fue iniciado en una especie de sociedad secreta andaluza por ni más ni menos que Ludvig Prinn. Ambos fueron «hermanos» en dicha cofradía, que llevaba por nombre «Heraldos de la Penitencia» o «Banū al-Nadam». Me parecía curioso que se hubiera conocido con el autor de Los Misterios del Gusano y que, además, hubiera sido este quien lo inició en una sociedad secreta. No pude dar con mucha más información, salvo quizá que se desconocía si el ocultista, cuyo nombre completo habría sido «Reccaredus Anatolius Magnus», existió en realidad, ya que se carece de un registro de nacimiento. Sí hay constancia de su suicidio el 18 de febrero de 1535 en Múnich, aunque hay quien lo pone en duda. Algunos eruditos han llegado a teorizar que se trataba meramente del seudónimo de un colectivo de brujos, algo que no me sorprendería. Yo mismo llegué a pensar que el mismo Prinn, que tenía muchos pupilos o alumnos, estaba detrás de todo esto.

Seguí haciendo scrolling y buscando, lo que me llevó a un artículo de un tal «Alvarez Mencía», doctor en psicología, que decía que todo esto del Liber Veneris y de los suicidios que se relacionaban con el mismo (y cuya existencia yo desconocía), podía deberse a un mero caso de autosugestión por la historia del Libro en sí y por la leyenda de la supuesta maldición que caería sobre quienes lo leen. El hecho de que hubiera tantas versiones, difundidas ampliamente por internet, lo vuelve más afín al caso de histeria colectiva y autosugestión que sugiere. Lo que siguió me trastocó por completo… lo cito textualmente: «Por otra parte, la supuesta copia en alemán flandés, que se dice se resguarda en la Universidad Austral de Chile, y que aseguran que está escrita de puño y letra por el autor, parece más una estrategia para que más académicos se interesen por esa Universidad. Cuando se ha querido consultar el libro, se han puesto trabas, aludiendo a «permisos especiales» que se deben solicitar a ciertas familias chilenas que le cedieron el libro en calidad de préstamo a la Universidad».

¿Cómo pude haber estado todo este tiempo estudiando ahí y no haber oído sobre aquello? Me invadió una ansiedad, mezcla de efusividad y terror. Tomé algunos somníferos que me regaló un compañero, los mezclé con un sorbo de café y me fui a dormir. Tenía clases, pero mi mente estaba enfocada en averiguar sobre esa copia de esa Universidad a la que llevo ya dos años asistiendo.

II

El Profesor Felipe Alvarado, curador de la Biblioteca, fue directo al grano conmigo. Tengo confianza con él, es por eso que me invitó a su oficina y me comentó:

—El Liber Veneris… sí, tenemos una copia en el catálogo. No obstante, se requiere un permiso especial, y ni yo mismo he podido obtenerlo.

—Lo sé, pero… hay algo que me genera dudas —dije con entusiasmo— en el catálogo figura bajo el título «Occulta Cogitatonium Liber», donado por Bertoldo Phillipi, y en los sitios de la Universidad se afirma que viene firmado por el autor, pero…

—…Pero, si fue manuscrito personalmente por el autor… ¿por qué lleva el nombre que le dieron después y no «Liber Veneris»? —dijo riendo— ni idea, así figura. He visto el tomo, es ligero, como un diario. Pero, como digo, no he podido consultarlo.

Soltó un pequeño quejido, tras el cual pregunté, curioso:

—¿Pero por qué no? Usted es el curador, se ha ganado este puesto y…

—Esas familias tienen más autoridad que yo. O, bueno, son quienes se hicieron con este lado del país —dijo con cierto rencor—. No lo dicen, pero yo sé que no me conceden la autorización debido a mi sangre indígena.

—¿Quiénes son esas familias? —pregunté— ¿los Phillipi?

—No precisamente —respondió— son diferentes familias. Ya se ha vuelto algo muy heterogéneo, no obstante, siguen obsesionadas con la sangre. Los conozco, gran parte de ellos residen y fundaron Nueva Baviera. Tienen tendencias a la exogamia, pero sus preferencias son chilenos de ascendencia vasca o croata; es por eso que no se mezclan con… gente como yo. Tienen peso en la política y, sí «alguien como yo», quisiera apoyarlos en sus campañas… seguramente será simplemente poniendo afiches y propaganda, no ocupando puestos importantes.

En ese momento, me miró, abriendo con fuerza sus ojos.

—¿Cuál era tu apellido? Perdona Alfonso, es algo complicado y hasta me cuesta memorizarlo al escribir —comentó con una risilla nerviosa.

—¿Qué le pasa? —dije, algo molesto— no es tan complicado, me llamo Alfonso De Vries.

Rio nuevamente.

—¿Es francés? —dijo meneando la cabeza— te enviaré un correo con enlaces para la solicitud si quieres consultar el Liber Veneris. Seguro esta gente aún considera a los franceses germanos… pero ahora deberías irte, ¿no tienes clase?

Asentí con la cabeza, algo molesto. Me marché y, en mi interior, me reí, pensando en su ignorancia. Mi apellido es de origen frisón, natural de una región entre Alemania, Países Bajos y algunas partes de Dinamarca. No es un país como tal, pero tiene su propio grupo étnico. Nunca le di importancia a eso, nunca me ha interesado. Yo soy lo que soy, sin importar lo que hayan hecho mis antepasados.

III

Me salté las clases y fui rápido a mi departamento. Desde mi celular, accedí al correo del Profesor Alvarado, que tenía por asunto «Liber Veneris» y el siguiente cuerpo:

Estimado Alfonso:

Te dejo el contacto de la Fundación Von Brennenburg, quienes son los encargados de los permisos para consultar la copia en nuestra Universidad. El correo electrónico es legado@nuevabaviera.cl. No es necesario que seas tan formal, sólo preséntate y explica lo que quieres.

Te deseo suerte.

Me pareció curioso el correo en cuestión. Una vez en mi departamento, lo primero que hice fue redactar la solicitud. No sabía qué poner en el asunto, así que simplemente puse «Consulta Liber Veneris». Luego, con ayuda de ChatGPT, elaboré un correo introductorio, hablando sobre mí, como dijo el Profesor, y explicando lo que quería. Basicamente eso, que me llamo Alfonso De Vries, que estudio Antropología en la Universidad Austral de Chile, que resido en Valdivia y que quiero consultar el Liber Veneris. No con esas palabras precisamente, pero ese era el mensaje. Con una cierta decepción en mi pecho, me eché hacia atrás en mi silla de escritorio y pensé en lo irracional del hecho de que un libro que ni siquiera hubiese leído me causara un interés que rallaba en lo malsano.

Pero, volviendo al inicio, quería verlo para ver que ocultaba, no me interesaba lo que se dijese, sino lo que era. Aun así, nunca me había causado tanto interés un libro, quizá fue la mención de Ludvig Prinn lo que me atrapó. Mientras esperaba respuesta, decidí calmar mi ansiedad viendo copias de Internet. Todas eran diferentes, los sonetos y cantos a veces ni siquiera concordaban en orden y, aunque abordaban temáticas similares, algunos llegaban a distinguirse hasta el punto de contener supuestos sonetos adicionales. Los autores de algunos hasta se tomaron la libertad de añadir simbología ocultista. Todo esto me pareció basura, ya para empezar aborrezco la digitalización de los libros. Con lo de Los Cultos Sin Nombre de la Golden Goblin Press hice una excepción, por el simple hecho de que está descatalogado y quería compararlo con la copia en español que ya poseo, elaborada por la prestigiosa editorial española Agartha Ediciones.

Es entonces cuando vi que habían respondido al correo:

Estimado Sr. de Vries:

Aprecio el interés por el Liber Veneris, sobre todo proviniendo de alguien como usted. He consultado con otros miembros de la Fundación y me comunicaron que les resultaría curioso obtener su punto de vista al respecto. No se si ha ahondado en su linaje familiar, pero su apellido es frisón. No recordamos frisones que hayan llegado con nosotros durante el proceso de colonización alemana del sur de Chile organizado por Bernardo Phillipi y Vicente Pérez Rosales. ¿Sabía usted que el Santo Patrono de Alemania, Bonifacio de Maguncia, fue martirizado tras intentar convertir a los frisones al cristianismo? Resultaría curioso ver como alguien de su ascendencia hace una interpretación de un texto que guarda un rico legado germano, muy estrechamente ligado a la colonización de estas tierras.

No tenemos problema en concederle el permiso, no obstante, quisiéramos que nos comente sobre su familia directa, padre, madre, abuelo. Asimismo, sería conveniente que tuviese la posibilidad de realizar un viaje a Nueva Baviera, para entregarle el certificado en persona, así como una copia digital.

Es un placer conocerle.

Atentamente,

Augusto Müller Yrarrázaval

Fundación Carlos von Brennenburg.

Todo esto me llenó de ánimo, a la par que me dejó algo confundido. Esta gente era rara, sí, pero lograba comprenderlos, quizá, desde un punto de vista antropológico. Inmediatamente, envié los nombres de mis familiares, mencionando que mi madre murió dando a luz y que mi padre me crio viudo, nunca contrayendo matrimonio de nuevo. Hijo único. De mi abuelo, lo único que mencioné fue un acta de nacimiento de mi padre donde figuraba como «Lucas De Vries».

Me resultó curioso que no apareciera el nombre de mi abuela, y más curioso que mi padre nunca me mencionase que nació en Nueva Baviera. Sé que se crió en Frutillar, no muy lejos de acá, pero… mentiría si dijera que esto no me sabía mal. Adjunté copia digitalizada del documento. Ansioso, decidí ir por una cerveza y mezclarla con somníferos, algo que se había vuelto un mal hábito en mí. Iría a una schopería que suelo frecuentar acá, cerca de mi residencia.

IV

Degustaba en la barra una deliciosa Kunstmann Gran Torobayo en vaso chopero, con uno o dos somníferos en él. Me encontraba algo cansado, con «burnout» como lo llamarían los psicólogos. Fue entonces cuando, al voltearme a la derecha, hacia un pequeño rincón con asientos, pude ver un hombre alto, demasiado alto, aunque algo encorvado. Se veía difuso, quizá no debí mezclar algo tan fuerte como el Gran Torobayo con Ativan. No obstante, pude distinguir que parecía llevar un traje gris y una capucha, me evocaba la imagen de un vagabundo. Me llamó la atención que estuviera ahí, quieto e inmóvil, ¿me miraba acaso?

—¿Quién es ese? —le pregunté a Raúl, el barman.

—No sé, estoy ocupado —respondió, apresurado, enfocándose en limpiar algunos vasos y atender a la clientela.

Seguí mirando al vagabundo y me puse de pie, con mi jarra en mano, emprendiendo la marcha en dirección a su asiento. Una vez frente a él, hizo un pequeño gesto, indicando que me sentase.

—¿Quién eres? —le pregunté, sentándome, con los miembros temblorosos.

—Solo soy alguien que deambula —dijo con una voz seca, que parecía rebosar una oscura y lúgubre sabiduría— la pregunta es, ¿sabes quién eres tú?

—¿Por qué lo dices? —dejé la jarra en la mesa, tratando de contener los nervios.

El vagabundo se inclinó hacia delante y pude ver su rostro, era tuerto y su larga barba gris parecía desdibujarse.

—No te confundas Alfonso De Vries —dijo riendo— los que llevan la cruz no son de los nuestros… aunque esto se aplica tanto para la cruz solar tanto como para la cruz de muerte y espada…

—¿Quién eres? —volví a preguntar, tratando de articular las palabras.

—Solo soy alguien que deambula, pero estoy contigo.

Se levantó, aunque yo no desvié la mirada de su asiento. Incluso sin mirar, no me costó percibir el momento en que su presencia se desvaneció del lugar. Me puse de pie y me dirigí de vuelta a mi departamento. Me sentía confundido y con la conciencia intranquila. Ciertamente, debía dejar de mezclar somníferos con energizantes y alcohol. Eran ya casi las ocho de la noche e iba a tumbarme en la cama, pero, entonces, ví que respondieron a mi correo:

Estimado Alfonso de Vries:

¡Qué irónica es la vida! Ya ve que todos los caminos llevan a Roma y que, a veces, es inevitable toparse con las mismas gentes en el transcurso del trayecto. Tu abuelo, Lucas de Vries, llegó a Corral con muchos otros miembros de nuestras colonias y de la Fundación. Soltero, participó activamente en los Cuerpos de Bomberos y en ciertas actividades de clase militar dirigidas por el Gobierno de Chile. Tu linaje es verdaderamente interesante y da una mayor relevancia a aquello que queremos saber, sobre todo por el vínculo que tu abuelo guarda con una figura esencial en nuestro legado: El Viejo Mikhael Krause, como lo llaman.

Tienes toda la autorización para consultar el Liber Veneris, me encargaré de enviar una copia digitalizada a la Universidad que lo certifique. No obstante, nos gustaría hablar contigo. Ven a Nueva Baviera cuanto antes y, sin temor, preséntate en una caseta pequeña, aunque bastante acogedora, situada cerca de la Basílica de San Gabriel Arcángel, justo frente a la plaza. Afuera hay un letrero de madera que dice «Refugio Von Brennenburg».

Te esperamos a lo largo de lo que queda del mes.

Un fraternal abrazo,

Augusto Müller Yrarrázaval

Fundación Carlos von Brennenburg

V

El bus que tomé desde Valdivia me dejó en un terminal de buses bastante austero, cerca de la plaza de Nueva Baviera. A diferencia de Valdivia, todo lucía más tranquilo y tradicional, sin inmigrantes irregulares, repleto de chilenos… pero de chilenos peculiares.

La plaza era hermosa, con bustos de próceres, tanto chilenos como el fundador de Nueva Baviera, Carlos von Brennenburg, del que toma el nombre La Fundación. Había bancos y, frente a ella, una hermosa Basílica decorada con esferas en sus cúpulas. Al lado, pude ver que, como decía el correo, había una pequeña cabaña, rústica pero agradable, no muy diferente a otras edificaciones de organismos públicos en sectores rurales. Crucé la calle y vi un tosco letrero, «Refugio Von Brennenburg». Abrí una pequeña rejilla de madera y alambre para cruzar, y subí por una escalinata de piedra hasta llegar a la cabaña. En la puerta, colgaba lo que parecía una esvástica. Eso me perturbó enormemente, pero traté de restarle importancia. Golpee la puerta y, casi en el acto, apareció un hombre caucásico, alto y de cabellos castaños. Sus ojos eran azules y vestía una ropa formal, pero a la vez casual. Con mucha jovialidad y con una sonrisa en su rostro, pronunció:

—¿Sí?

—Hola —dije, tímido— soy Alfonso De Vries, yo…

—¡Alfonso! —exclamó el hombre, acompañando sus palabras por una carcajada amistosa y dándome un cálido apretón de manos— ¡Qué gusto verte en persona! Yo soy Augusto Müller, me alegra que hayas venido, ¡y tan pronto! «Honrados y laboriosos» decía el lema… veo que lo honras bien. Por favor, pasa, pasa.

Entré con timidez, era una oficina pequeña. Había algunos cuadros antiguos de cuando Nueva Baviera aún era una suerte de colonia, así como ciertos adornos que me atrevo a clasificar como «hippies». Un escritorio humilde con un macbook se emplazaba al fondo, y Augusto me invitó a sentarme frente a él.

—¿Vienes por lo de Liber Veneris, cierto? —dijo, sin borrar la sonrisa de su rostro.

—Sí, exacto —musité— pero tengo algunas dudas.

—¿Cuáles? A ver si puedo responderlas.

—¿Por qué yo y no otros académicos? ¿Qué tiene que ver un libro de cantos a las Venus de Anatolia conmigo y con los alemanes en Chile? Yo ni siquiera he terminado el pregrado…

Augusto, suspiró.

—Tratamos de preservar el legado de Nueva Baviera —respondió— tu linaje está estrechamente ligado a la fundación de este lugar, igual que lo está el Liber Veneris. La copia que Bertoldo Phillipi donó a la Universidad Austral la obtuvo de Mikhael Krause, un hombre venerable y respetado de este pueblo, que además era muy cercano a tu abuelo, Lucas de Vries.

—Ya veo. Tengo una duda respecto al libro.

—Adelante, adelante —dijo con un gesto en las manos.

—¿Por qué figura como «Occulta Cogitatonium Liber»? Ese título fue póstumo, pero el ejemplar clama ser de puño y letra del autor.

Bufó.

—Eso se debe a la pésima administración de quien quiera que fuese el bibliotecólogo por aquel entonces. Se aferró más a datos editoriales que al manuscrito en cuestión, ignorando su valor real. Por aquel entonces, había datos sobre la edición teosófica publicada por los británicos de Khonsu Press y que figuraba en los archivos bajo el título latino —explicó con serenidad.

—Entonces… ¿el vuestro sería el Liber Veneris original? —pregunté, tratando de acentuar mi seriedad.

Asintió con la cabeza.

—El linaje de los Krause es extenso… ¿sabes lo de Reccaredus? ¿el autor?

—Poco. Que se suicidó luego de que se emitiera una orden de captura por el Inquisidor de Múnich.

Asintió.

—Hay una fraternidad de hombres acá en Nueva Baviera. No puedo hablar mucho de eso contigo, al menos no ahora. ¿Nunca te preguntaste cómo llegó a difundirse el Liber Veneris, si Reccaredus se suicidó? Más aun, cuando en sus últimos años de vida vivió casi como un asceta, dedicado a Venus.

—No lo había pensado… —dije, cabeceando.

—Se lo legó a un discípulo suyo, un Barón alemán algo excéntrico que figura en el árbol genealógico de los Krause, quien además hizo una copia con notas personales que ahora mantiene su familia.

—¿Es cierto que conoció a Ludvig Prinn? ¿el cruzado? —quise saber, con un cierto entusiasmo.

Augusto río.

—Sí, lo conoció. O, al menos, eso figura en ciertos registros de la Inquisición… ya habrás oído el rumor de que este inició a Reccaredus en el culto andaluz de Los Heraldos de la Penitencia, hecho que no pienso desmentir.

—Sí, lo oí —dije, para luego añadir con un gesto de confusión— ¿hay algún Krause en Chile actualmente?

Noté que el semblante jovial de aquel hombre se tornaba ominoso.

—Solo Carolina Krause, pero no guarda relación alguna con lo que realmente son los Krause —suspiró—. No obstante, su hermano sí que la guardaba, y es algo que hasta el día de hoy nos carcome.

—¿Por qué? —pregunté con confusión.

—Se suicidó y no sabemos dónde quedó su copia, la copia personal de su familia…

Esto me dejó helado.

—¿Se suicidó?

Asintió.

—¿Tenía hijos o algo? —pregunté, con nerviosismo.

—Era el último de su linaje —dijo cabizbajo— una pena.

En ese momento, vi que comenzaba a imprimir algo con mucha rapidez, lo timbró y procedió a colocarlo dentro de un sobre.

—He enviado una copia digitalizada al curador de la Austral —dijo sonriendo— asimismo, tienes esta, en físico, que te autoriza a consultar el Liber Veneris solo por una vez y por no más de una hora.

Me entregó el sobre y añadió:

—Nos encantaría, sin embargo, que visitaras la tumba de Eric Krause, acá en el cementerio general. El mausoleo de su familia es grande y destaca por… —dijo casi molesto— las figuras de faunos a su alrededor. La tumba de Eric está al lado, casi como un monolito.

—¿Eric Krause? —pregunté— ¿él es quien se suicidó?

Asintió.

—Lo conozco… él…

—El redactó una breve Historia del Liber Veneris, sí.

Aunque estaba absorto en mis pensamientos, él me seguía hablando. Pero no comprendía nada de lo que decía. Me retiré con un apretón de manos, de forma casi automática. Augusto me acompañó a la salida y me dijo:

—Algo que me gustaría decirte es que, desde la Fundación, hemos tratado de darle un enfoque germanico al Liber Veneris. Hemos tratado de asimilarlo con la Freyja de la mitología nórdica… ¿ya has oído de donde viene el nombre de tu gente?

—¿Los frisones? —pregunté.

—Sí, de Frisia —dijo—. No es una teoría muy aceptada, pero creemos que su nombre conecta con el de la diosa.

Asentí con seriedad.

—Perfecto, estamos al habla.

Se despidió alzando la mano y se retiró a la cabaña, dejándome ahí afuera y con el sobre en mano.

VI

Ya en mi departamento, de regreso en Valdivia, pude sentir un frío descomunal. Aunque, tal vez, era solo cosa de mi ansiedad. Prendí un cigarrillo, me serví las sobras de un vino barato y tomé Ativan. Dejé el sobre en mi escritorio y fumé con nerviosismo. Había visitado la tumba de Eric Krause.

Todo me resultaba horroroso, los faunos que decoraban el mausoleo familiar…eran demasiado horribles para ser faunos. Y, aun así, tenían cierto toque angelical, como si fuesen los heraldos de alguna deidad pagana. La tumba de Eric, se erigía justo al lado. Era un pequeño monolito de piedra, común y corriente, con tierra señalando el lugar de entierro. Sobre la piedra se distinguía la inscripción «V.I.T.R.I.O.L.». Sé perfectamente que es eso, es un lema alquímico… «Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem». O, lo que es lo mismo… «Visita el interior de la tierra, rectificando encontrarás la piedra oculta».

Me hinqué, tratando de pensar que pudo haberlo llevado a quitarse la vida. Recordé entonces lo que comentaba ese psiquiatra español sobre quienes leían el Liber Veneris y la autosugestión, ¿autosugestión de qué? Di por hecho que se debía a la atribución a temáticas sobrenaturales, algo común en casos de histeria colectiva. Me disponía a tocar la tierra de la tumba de Eric Krause cuando las nubes se tornaron grises y el viento violento. Pude oír como, del mausoleo, emanaba el murmullo de La Oscuridad. Suena ridículo, sí, casi como cosa de locos. Aun con ello, no era el mausoleo lo que me aterraba, sino lo que, en esos momentos, estaba sucediendo en el firmamento. Algo se estaba formando entre las nubes, parecía un gigante, un gigante con cuernos y larga barba, con cuerpo de bruma y centellas. Su ropa era la lluvia, el firmamento mismo, su esencia. El viento parecía obedecerlo, también lo servían los destellos que surcaban el cielo nocturno. Y, quizá, también comandaba lo que hay detrás de él.

Guardé el sobre en mi mochila, contemplando con horror aquella escena. La incapacidad para asimilar lo que estaba viendo me perturbó y me dejó paralizado; sobre todo cuando aquel gigante gris me señaló. O eso creo que hizo, pues no puedo estar seguro de ello. Traté, pese a todo, de ver su rostro, verlo… tenía un solo ojo, como el de un huracan. Ese ojo me miró y pronunció lo que interpreté como una sola palabra: Brekitsegel.

Corrí, corrí, bajo el sonido de cuernos de guerra que anunciaban, con un discordante trombar, lo que parecía que habría de ser un evento fatídico, profetizado por aquella tormenta gris que rugía a mis espaldas. Corrí, hasta no poder más, y llegué al terminal de buses. Allí, sentado en un banco, tratando de reponer fuerzas y calmarme, me di cuenta de que mi ropa estaba seca. Nunca estuvo lloviendo. No comprendo qué pasó. Solo decir que, después de eso, tomé el sobre y lo quemé. Exponiendo la situación, le redacté un correo al Profesor Alvarado, al que respondió, lleno de indignación e incluso cuestionando mi profesionalidad académica. Él habría querido que siguiera adelante, hasta llegar al final y sin importar las consecuencias.

No sé qué tiene ese libro. Nunca lo sabré. Lo dije al inicio, los libros son un misterio, al abrirlos, puedes leerlos y comprenderlo. Este no lo había abierto y, aun así, ya sentía que comprendía ciertas cosas, que, en realidad, no se deben comprender. Me alegra que esa copia, de ser la original como dicen, esté en un país calificado como «tercer mundo» por muchos; que esté tan alejado de lo que tan arrogantemente llaman el «mundo civilizado».

No sé si podré continuar estudiando Antropología. Al menos, me tomaré unos días de descanso. Esto me afectó bastante, pero una cosa tengo clara y es que, en estos rincones de la tierra, pasan cosas demasiado oscuras, que la gente de estos pueblos normaliza, pero no exterioriza. Lo guardan como un secreto entre ellos, un secreto a voces, no tendrán miedo en decirte si preguntas, seas forastero o no. Por eso, tengo claro que no pienso volver a pisar Nueva Baviera, ni pronunciar con mis labios el nombre del Liber Veneris, algo que aconsejo, como norma general, a cualquiera que esté interesado en esto. Sea académico, ocultista o lo que sea.

Esto va más allá de algo humano, no es antropológico, es casi…cósmico. No tiene sentido ahondar en ello, no lo comprenderemos y, quizá, nos perturbe. Me gustaría creer que los de la Fundación me dieron el sobre con la mejor de las intenciones; pero, tras investigar un poco más a mi abuelo, supe que abusó sexualmente de una menor de edad, de mi abuela, que acabaría dando a luz a mi padre. Por eso no figura su nombre en el acta de nacimiento, algo común en la época en casos como este y en temas de aristocracia. Más me perturba, sin embargo, lo que encontré en el Archivo de Memoria Chilena: había una pequeña niña, de rasgos germánicos, junto a Mikhael Krause y hermanos. Lo comparé con la única foto que tengo de mi abuela o, al menos, de quien me dijeron es mi abuela.

Me daría horror pensar que estos hombres querían vengarse de lo que hizo mi abuelo y llevarme al suicidio con la lectura del Liber Veneris. Más me perturba la posibilidad de que, aunque sea «ilegítimo», me vean como un «sucesor» de la línea de los Krause. No sé, es raro. Me gustaría aplicar esta lección cada vez que me aventure a indagar en algo que escape a mi comprensión. Y es que, a veces, es mejor no hacerlo. La ignorancia duele, pero más duelen a menudo las verdades que nos ocultan.

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